Juan Manuel de Rosas
Conocido como Juan Manuel de Rosas, fue bautizado como Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y
López de Osornio. Era hijo del militar León Ortiz
de Rozas y la estanciera Agustina López de Osornio. Pertenecía al linaje de los Ortiz de Rozas, que tiene origen en el pueblo
deRozas, Valle de Soba, Cantabria, España.
Nació en el solar que había
habitado su abuelo materno Clemente López de Osornio, situado en la calle que en ese entonces se
denominaba Santa Lucía, actual calle Sarmiento entre las calles Florida
y
San Martín, en la ciudad de Buenos Aires.
Ingresó a los ocho años de edad
en el colegio privado que dirigía Francisco
Javier Argerich, si bien
desde joven demostró vocación por las actividades rurales, interrumpió sus
estudios para participar, contando con trece años de edad, en la Reconquista de
Buenos
Aires en 1806 y posteriormente se enroló en la compañía de niños
del Regimiento
de Migueletes,
combatiendo en la Defensa de Buenos Aires en 1807, ambos hechos durante las invasiones inglesas, donde fue distinguido por su valor.
Más tarde, retirado al campo, se
convirtió en un gran estanciero de la pampa bonaerense.
El joven Rosas, quien contaba con
17 años, se mantuvo al margen de los sucesos que culminaron con la Revolución de Mayo de 1810.
En 1813, pese a la oposición, se casó con Encarnación Ezcurra, con quien tuvo tres hijos: Juan, María,
muerta de niña, y Manuelita, nacida en
, que luego sería su compañera
inseparable.
Poco después, debido a un
entredicho que tuvo con su madre, devolvió a sus padres los campos que
administraba para formar sus propios emprendimientos ganaderos y comerciales.
Además se cambió el apellido "Ortiz de Rozas" por
"Rosas", cortando simbólicamente la dependencia de su
familia.
Fue administrador de los campos
de sus primos Nicolás y Tomás Manuel de Anchorena; este último ocuparía cargos importantes dentro de
su gobierno, ya que Rosas siempre le tuvo un especial respeto y admiración. En
sociedad con Luis Dorrego —hermano del coronel Manuel Dorrego—
fundó un saladero; era el negocio del momento: la
carne salada y los cueros eran casi la única exportación de la joven nación.
Acumuló una gran fortuna como ganadero y exportador de carne vacuna, distante de los acontecimientos emergentes
que conducirían al virreinato
del
Río de la Plata a la emancipación del dominio español en 1816.
Por esos años conoció al doctor Manuel Vicente Maza, quien se convirtió en su patrocinador legal, en
especial en una causa que sus propios padres habían entablado contra él. Más
tarde sería un excelente consejero político.
En 1818, por presión de los abastecedores de carne de la
capital, el director supremo Juan Martín de Pueyrredón tomó una serie de medidas en contra de los
saladeros. Rápidamente, Rosas cambió de rubro: se dedicó a
la producción agropecuaria en sociedad con Dorrego y los Anchorena, que también
le encargaron la dirección de su estancia "Camarones", al sur del río Salado.
Al año siguiente compró la
estancia "Los Cerrillos", en San Miguel del Monte. En su estancia en la laguna de Monte organizó una compañía (aumentada al poco tiempo a
regimiento) de caballería, los "Colorados
del Monte", para combatir a los indígenas de la zona pampeana. Fue nombrado su comandante, y
alcanzó el grado de teniente coronel.
Por esos años escribió sus
famosas "Instrucciones a los mayordomos de estancias", en la
que detallaba con precisión las responsabilidades de cada uno de los
administradores, capataces y peones. Allí demostraba su capacidad para
administrar simultáneamente varias explotaciones, con métodos muy efectivos, en
un anticipo de su futura capacidad para administrar el estado provincial.
Los inicios en la política
Hasta 1820 se dedicó a sus actividades privadas. Desde ese año hasta su caída
producida en la batalla de Caseros, en 1852, consagraría su vida
a la actividad política, liderando —ya en el gobierno o fuera de él— la provincia de Buenos Aires, que contaba no sólo con el territorio productivo
más rico de la naciente Argentina, sino con la
metrópolis más importante la ciudad de Buenos
Aires- y el puerto que concentraba el comercio exterior de las restantes provincias, así como el control
de la aduana. En relación a estos
recursos se desarrollaron gran parte de los conflictos institucionales y las
guerras civiles del siglo XIX en la Argentina, controlados hasta
la caída de Rosas por la provincia de Buenos Aires.
En 1820 concluyó la etapa del directorio con la renuncia de José Rondeau a consecuencia de la Batalla de Cepeda. Fue en esa época que Rosas comenzó a involucrarse
en la política, al contribuir a rechazar la invasión del caudillo Estanislao López al frente de sus “Colorados del Monte”. Participó en la
victoria de Dorrego en Pavón, pero junto a su
amigo Martín Rodríguez se negó a continuar la invasión hacia Santa Fe, donde Dorrego fue
derrotado completamente en la Batalla de Gamonal.
Con apoyo de Rosas y otros estancieros fue electo gobernador su colega el general Martín Rodríguez. El 1ro de
octubre estalló una revolución, dirigida por el coronel Manuel Pagola, que ocupó el centro de la ciudad. Rosas se puso a
disposición de Rodríguez, y el día 5 inició el ataque,
derrotando completamente a los rebeldes. Los cronistas de esos días recordaron
la disciplina que reinaba entre los gauchos de
Rosas,1 que fue ascendido al grado de coronel. Con Rodríguez, el grupo de los
estancieros empezó a tener un papel público.
También fue parte de las negociaciones que concluyeron con el Tratado de Benegas, que ponía fin al conflicto entre las
provincias de Santa Fe y Buenos
Aires. Fue el responsable del cumplimiento de una de las cláusulas secretas
del mismo: entregar al gobernador Estanislao López 30.000
cabezas de ganado como reparación de los daños causados por las tropas bonaerenses en su
territorio. La cláusula era secreta, para no "manchar
el honor" de Buenos Aires. Así se iniciaba la
alianza permanente que tendría esta provincia con la de Buenos Aires hasta 1852.
Los primeros años después de la disolución de los poderes nacionales
fueron un período de paz y prosperidad en Buenos
Aires, principalmente debido a que Buenos Aires usufructuó en su exclusivo
provecho las rentas de la Aduana, una fuente inagotable de riqueza que la
provincia decidió no compartir con sus hermanas ni con ejércitos exteriores.
Entre 1821 y 1824 compró varios campos más, especialmente la estancia que había sido del
virrey Joaquín del Pino y Rozas (conocida como Estancia del Pino, en el
partido de La Matanza), a la que llamó San Martín en honor del
general José de San Martín.
También aprovechó la ley de enfiteusis promovida por el ministro Bernardino Rivadavia para aumentar sus campos. En lugar de ayudar a los pequeños hacendados,
esta ley terminó dejando en propiedad de unos pocos grandes terratenientes
cerca de la mitad de la superficie de la provincia.
Los desórdenes producidos por la Anarquía del año XX habían dejado
desguarnecida la frontera sur, por lo que habían recrudecido los malones (grupos de indios). Martín Rodríguez dirigió entonces tres campañas al
desierto, usando una extraña mezcla de diálogos de paz y guerra con los
indígenas. En 1823 fundó Fuerte Independencia, la actual ciudad de Tandil. En casi todas estas
campañas lo acompañó Rosas, que también participó de una expedición en que el
agrimensor Felipe Senillosa delineó y estableció planos catastrales
de los pueblos del sur de la provincia. El jefe nominal de esa campaña era el
coronel Juan Lavalle.
Durante la guerra del Brasil, el presidente
Rivadavia lo nombró comandante de los ejércitos de campaña a fin de mantener
pacificada la frontera con la población indígena de la región pampeana, cargo
que volvió a ejercer después, durante el gobierno provincial del coronel
Dorrego.
En 1827, en el contexto
previo al inicio de la guerra civil que estallaría en 1828, Rosas era un
dirigente militar, representante de
la aristocracia rural, socialmente conservadora. Estaba alineado a la corriente federalista, adversa a la influencia foránea y a las iniciativas de corte liberal
preconizadas por la tendencia unitaria.
La revolución de
diciembre
Terminada la guerra del Brasil,
el gobernador Manuel Dorrego fue obligado —por una intensa presión
diplomática y financiera— a firmar la paz y la independencia de Uruguay, y la libre navegación de
los ríos; lo que fue visto por los miembros del ejército en operaciones como
una traición. En respuesta, la madrugada del 1 de diciembre de 1828, el general unitario Juan
Lavalle tomó el Fuerte de Buenos Aires y reunió
a los unitarios en la iglesia de San Francisco, donde
—a nombre del pueblo— fue elegido gobernador Lavalle, utilizando un concepto
restrictivo del término "pueblo". Siguiendo la misma lógica, disolvió
la legislatura.
Dorrego se retiró al interior de
la provincia y buscó la protección del comandante de campaña, Rosas. Éste lo
ayudó a reunir un pequeño ejército pero fueron atacados sorpresivamente en la batalla de Navarro, siendo derrotados.
Rosas aconsejó a Dorrego que
huyera hacia Santa Fe pero el gobernador se negó. Cuando Rosas le criticó su
falta de previsión ante la revolución unitaria
Rosas lo abandonó, marchándose
hacia la provincia de Santa Fe, mientras Dorrego se refugiaba en Salto, en el regimiento del coronel Ángel Pacheco. Pero,
traicionado por dos oficiales de éste —Bernardino Escribano y Mariano Acha— fue
enviado prisionero a Lavalle. Éste, influido por el deseo de venganza de los
ideólogos unitarios, fusiló a Dorrego y se hizo cargo de toda la
responsabilidad. En su última carta, escrita a Estanislao López, Dorrego pedía
que su muerte no fuera causa de derramamiento de sangre. Pese a este pedido, su
fusilamiento dio paso a una larga guerra civil, la primera en que estuvieron
simultáneamente implicadas casi todas las provincias argentinas.
A principios de enero de 1829, el general José María Paz, aliado de Lavalle, iniciaba la invasión de
la provincia de Córdoba, donde derrocaría al gobernador Juan Bautista Bustos. De ese modo se generalizó la guerra civil en todo el país.
Lavalle envió ejércitos en todas
direcciones, pero varios pequeños caudillos aliados de Rosas organizaron la
resistencia. Los jefes unitarios recurrieron a toda clase de crímenes para
aplastarla. No se ha difundido la memoria de estos hechos, pues ocurrieron en
el campo y sus víctimas fueron gauchos y personas pertenecientes a clases
sociales más humildes.2
El gobernador intruso envió al coronel Federico Rauch hacia el sur, y una de sus columnas, al mando
del coronel Isidoro Suárez, derrotó
y capturó al mayor Mesa, que fue enviado a Buenos Aires y ejecutado. Al frente
del grueso de su ejército, Lavalle avanzó hasta ocupar Rosario. Pero, poco después, López dejó sin caballos a Lavalle, que se
vio obligado a retroceder. López y Rosas persiguieron a Lavalle hasta cerca de
Buenos Aires, derrotándolo en la batalla de Puente de Márquez, librada el 26 de abril de 1829.
Mientras López regresaba a Santa
Fe, Rosas sitió la ciudad de Buenos Aires. Allí crecía la oposición a Lavalle
(a pesar de que los aliados de Dorrego habían sido expulsados), sobre todo por
el crimen sobre el gobernador. Lavalle aumentó la persecución sobre los
críticos, lo que le llevaría mucho apoyo a Rosas, en la ciudad que siempre fue
la capital del unitarismo.
Lavalle, desesperado, se lanzó a
hacer algo insólito: se dirigió, completamente solo, al cuartel general de
Rosas, la Estancia del Pino. Como éste no se encontraba, se acostó en su catre
de campaña a esperarlo. Al día siguiente, 24 de junio, Lavalle
y Rosas firmaron el Pacto de Cañuelas, que estipulaba que se
llamaría a elecciones, en las que sólo se presentaría una lista de unidad de
federales y unitarios, y que el candidato a gobernador sería Félix de Álzaga.
Lavalle presentó el tratado con
un mensaje que incluía una inesperada opinión sobre su enemigo:
“Mi honor y mi corazón me imponen
remover por mi parte todos los inconvenientes para una perfecta
reconciliación...Y sobre todo ha llegado el caso de que veamos, tratemos y
conozcamos de cerca de Juan Manuel de Rosas como a un verdadero patriota y
amante del orden.”
Pero los unitarios presentaron la
candidatura de Carlos María de Alvear, y al precio de treinta muertos
ganaron las elecciones. Las relaciones quedaron rotas nuevamente, obligando a
Lavalle a un nuevo tratado, el pacto de Barracas, del
24 de agosto. Pero, ahora más que antes, la fuerza estaba del lado de Rosas. A
través de este pacto se nombró gobernador a Juan José Viamonte. Éste llamó a la
legislatura derrocada por Lavalle, allanándoles a Rosas el camino al poder.
El primer
gobierno
La Legislatura de Buenos Aires
proclamó a Juan Manuel de
Rosas como Gobernador de Buenos Aires el 6 de diciembre de 1829,
honrándolo además con el título de "Restaurador
de las Leyes e Instituciones de la Provincia de Buenos Aires" y en el mismo acto le otorgó "todas las facultades
ordinarias y extraordinarias que creyera necesarias, hasta la reunión de una
nueva legislatura". No era algo excepcional: las facultades
extraordinarias ya les habían sido conferidas a Manuel de Sarratea y a
Rodríguez en 1820, y a los
gobernadores de muchas otras provincias en los últimos años; también Viamonte
las había tenido.
El mismo día en que juró su
cargo, declaró al diplomático uruguayo Santiago Vázquez:
Creen que soy federal; no señor,
no soy de partido alguno sino de la Patria... En fin, todo lo que yo quiero es
evitar males y restablecer las instituciones, pero siento que me hayan traído a
este puesto.
Lo primero que hizo Rosas fue
realizar un extraordinario funeral, trayendo los restos de Dorrego a la
capital; con eso se captó la voluntad de los seguidores del fallecido líder del
partido federal, sumando automáticamente el apoyo del pueblo humilde de la
capital al que ya tenía de la población rural.3
Para ganar apoyo político
pronunció su frase en 1829, que
resumiría toda su plataforma política, sus objetivos claramente nacionalistas y autoritarios y la esperanza de un gobierno largo:4
«El rey es como un padre: amar,
castigar y recompensar».
Respecto a la forma de
organización constitucional del estado y al federalismo, Rosas fue un
pragmático. En cartas enviadas en 1829 al general
Tomás Guido, al general Eustoquio Díaz Vélez y a Braulio Costa, el
financista de Quiroga, les escribía para informarles que
El General Rosas es unitario por
principio, pero que la experiencia le ha hecho conocer que es imposible adoptar
en el día tal sistema porque las provincias lo contradicen, y las masas en
general lo detestan, pues al fin sólo es mudar de nombre.
La guerra civil
en el interior
El general José María Paz había
ocupado Córdoba y había
derrotado a Facundo Quiroga. Rosas
envió una comisión a mediar entre Paz y Quiroga, pero
éste fue derrotado y se refugió en Buenos Aires. Rosas le hizo dar un
recibimiento triunfal —como si hubiese sido el vencedor— aunque el caudillo
consideraba que la guerra había terminado para él.
Paz aprovechó la victoria para
invadir las provincias de los aliados de Quiroga, colocando en ellos gobiernos
unitarios. Los bandos quedaban definidos: las cuatro provincias del litoral,
federales; las nueve del interior, unitarias y unidas desde agosto de 1830 en una Liga Unitaria, cuyo
"supremo jefe militar" era Paz.
A los pocos meses, en enero de 1831, Rosas y Estanislao López
impulsaron el Pacto Federal entre
Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos. Éste,
que sería uno de los "pactos preexistentes" mencionados en la Constitución de la Nación Argentina, tenía
como objetivo poner un freno a la expansión del unitarismo encarnado en el
general Paz. Corrientes se
adheriría más tarde al Pacto, porque el diputado correntino Pedro Ferré intentó convencer a Rosas de nacionalizar los
ingresos de la aduana de Buenos Aires e imponer protecciones aduaneras a la
industria local. En este punto, Rosas sería tan inflexible como sus antecesores
unitarios: la fuente principal de la riqueza y del poder de Buenos Aires
provenía de la aduana.
El caudillo santiagueño Juan Felipe Ibarra, refugiado en Santa Fe, logró
que López iniciara acciones contra Córdoba. Serían acciones guerrilleras,
porque en ese tipo de acciones tenía ventaja sobre las disciplinadas tropas de
Paz. A principios de 1831, el ejército porteño
inició también las operaciones, al mando de Juan Ramón Balcarce; pero el ejército porteño nunca
llegó a unirse al santafesino.
Cuando el coronel Ángel Pacheco derrotó
a Juan Esteban Pedernera en
la batalla de Fraile Muerto, Paz decidió hacerse cargo
personalmente del frente oriental.
Por su lado, Quiroga decidió
volver a la lucha. Pidió fuerzas a Rosas, pero éste sólo le ofreció los presos
de las cárceles. Quiroga instaló un campo de entrenamiento y, cuando se
consideró listo, avanzó sobre el sur de Córdoba. En el camino, Pacheco le
entregó los pasados de Fraile Muerto: con ellos conquistó Cuyo y La Rioja en poco
más de un mes.
La inesperada captura de Paz por
un tiro de boleadoras de un soldado de López, el
10 de mayo, provocó un repentino cambio: Gregorio Aráoz de Lamadrid se hizo cargo del ejército unitario, con el
que se retiró hacia el norte y fue vencido por Quiroga en la batalla de La Ciudadela, el 4 de noviembre, junto a la ciudad de Tucumán, con lo cual la Liga del Interior fue disuelta.
Convención en
Santa Fe
En los meses siguientes, las
provincias restantes se irían adhiriendo al Pacto Federal: Mendoza, Córdoba, Santiago del Estero y La Rioja en
1831. Al año siguiente, Tucumán, San Juan, San Luis, Salta y Catamarca.
En cuanto terminó la guerra, los
representantes de varias provincias anunciaron que, con la pacificación
interior, había llegado la ocasión esperada para la organización constitucional
del país. Pero Rosas argumentaba que primero se tenían que organizar las
provincias y luego el país, ya que la constitución debía ser el resultado
escrito de una organización que debía darse primero. Aprovechó una acusación del
diputado correntino Manuel Leiva para acusarlo de tener ideas anárquicas y retirar su representante de la
convención de Santa Fe. En agosto de 1832, la convención quedaba
disuelta, y la oportunidad de organizar constitucionalmente el país se pospuso
por otros veinte años.
Por un tiempo, el país quedó
dividido en tres áreas de influencia: Cuyo y el noroeste, de
Quiroga; Córdoba y el litoral, de López; y Buenos Aires, de Rosas. Por
unos años, este triunvirato virtual gobernaría el país, aunque las relaciones
entre ellos nunca fueron muy buenas.
En 1832, en
carta a Quiroga, Rosas le dijo
... siendo federal por íntimo
convencimiento, me subordinaría a ser unitario si el voto de los pueblos fuese
por la unidad.
El gobierno de
la provincia
El primer gobierno de Rosas fue un
gobierno de orden; no fue una tiranía despótica, aunque más tarde los historiadores
harían extensivas a su primer gobierno algunas características del segundo. En
este primer momento, se apoyó en algunos de los dirigentes del
"Partido del Orden" de la década anterior, lo cual
ha permitido que fuera acusado de ser el continuador del Partido Unitario,
aunque con el tiempo se distanciaría de ellos.
Entre los hechos negativos se le
atribuye responsabilidad en la invasión inglesa de las islas Malvinas, aunque
este hecho ocurrió el 3 de enero de 1833, durante el gobierno de Balcarce
que había sucedido a Rosas, que estaba emprendiendo su campaña al desierto.
Estas islas, que habían sido objeto de disputa entre España e Inglaterra, se
encontraban en posesión de España al momento de declararse la Independencia
argentina, e Inglaterra implícitamente reconoció la continuidad jurídica de los
derechos argentinos sobre las posesiones españolas al celebrar el tratado de Amistad,
Comercio y Navegación, firmado en Buenos Aires el
2 de febrero de 1825, a pocos años de la
Independencia argentina y ratificado por el gobierno británico en el mes de
mayo de ese mismo año. Además, las Islas Malvinas habían
sido pobladas por el Gobierno de Buenos Aires y se
había designado un gobernador.
Esta primera administración de
Rosas fue, también, un gobierno progresista: se fundaron pueblos, se reformaron
el Código de Comercio y el de Disciplina Militar, se
reglamentó la autoridad de los jueces de paz de los pueblos del interior y se
firmaron tratados de paz con los caciques, con lo que se obtuvo una cierta
tranquilidad en la frontera.
No obstante, la supremacía
lograda no estuvo asociada a un apoyo incondicional de toda la población. Rosas
debió enfrentar, por el contrario, una dura resistencia durante el curso de su
gobierno.
Interregno
A fines de 1832, la legislatura reeligió a Rosas. Se
dijo durante muchos años que rechazó su reelección porque no se le concedían
las facultades extraordinarias, lo que no es exacto: no se sentía capaz de
gobernar -ni quería hacerlo- sin la unanimidad de la opinión pública en su favor.
Esperaría que lo llamaran desesperadamente, mientras buscaba la forma de
hacerse imprescindible.
En su lugar fue electo Juan Ramón Balcarce, importante militar de la época de la guerra de independencia y jefe de
un grupo federal no totalmente rosista, a quien Rosas entregó el gobierno el 18
de diciembre de 1832.
Campaña al desierto
Artículo principal: Campaña de Rosas al Desierto.
Monumento ecuestre a Juan Manuel de Rosas.
Plaza Intendente Seeber, del Parque Tres de Febrero, Buenos Aires (inaugurada en 1999). En un lado se
recuerda su campaña al desierto.
La llanura pampeana bonaerense había estado sometida al
dominio blanco apenas en una franja estrecha junto al río Paraná y el río de la Plata, por lo menos hasta la
década de 1810. Desde entonces, la “frontera interna con el indio” se había
adelantado hasta una línea que pasaba aproximadamente por las actuales ciudades
de Balcarce, Tandil y Las Flores.
En cuanto Rosas bajara del gobierno a fines de 1832, a principios del
siguiente año coordinó la campaña con los de Mendoza, de San Luis y de Córdoba
para hacer una batida general, que además acompañaría a la otra que había
comenzado a principios del mismo año el general Manuel Bulnes, en Chile y en el extremo noroeste de la Patagonia oriental, específicamente en los alrededores de las lagunas de Epulafquen. La comandancia general le fue ofrecida a Facundo Quiroga, pero éste no participó
en ella. Rosas concentró y adiestró la tropa en su estancia de Los Cerrillos,
cerca del fortín y pueblo San Miguel del Monte.
El 6 de febrero de 1833 fue aprobada la ley que autorizaba al Poder
Ejecutivo a negociar un crédito de un millón y medio de pesos m/c, para costear los gastos de la expedición, aunque al poco tiempo, el
ministro de Guerra comunicó que no podría hacerse cargo de dicho objetivo, y
por lo cual Juan Manuel de Rosas y Juan Nepomuceno Terrero terminaron suministrando ganado vacuno
y caballar para el abastecimiento, sumado a que sus primos Anchorena, el doctor Miguel Mariano de Villegas, Victorio García de Zúñiga y el entonces coronel Tomás Guido donaran dinero en efectivo para que pudieran
iniciarla7 8 por lo cual, pudieron partir de allí en
marzo del citado año.
La columna oeste, al mando de José Félix Aldao, recorrió un territorio que había sido "limpiado" de aborígenes
recientemente, por lo que se limitó a llegar al río Colorado. La del centro venció al cacique ranquel Yanquetruz y regresó rápidamente. La que hizo la
mayor parte de la campaña fue la del este, al mando del propio Rosas. Éste se
estableció a orillas del río Colorado —cerca de la actual localidad de Pedro Luro— y envió cinco columnas hacia el sur y hacia el oeste, que consiguieron
derrotar a los caciques más importantes. A continuación firmó
tratados de paz con otros, secundarios hasta entonces, que se convirtieron en
útiles aliados. Al año siguiente se sumaría el más importante de ellos,Calfucurá.
Durante los primeros años de su segundo gobierno, la política de Rosas
para con los indígenas alternaría tratados de paz y donaciones con campañas de
exterminio. Sólo después de la crisis que comenzó en 1839 la cambió por una política de paz
permanente.
La campaña también incorporó científicos que reunieron información sobre
la zona recorrida, pero las regiones desérticas quedaron en manos de los
indígenas. Recibió además la visita del científico Charles Darwin, quien en su diario de
viaje describió parte de la campaña:
...Los indios formaban un grupo de unas 110 personas (hombres, mujeres y
niños); casi todos fueron hechos prisioneros o muertos, pues los soldados no
dan cuartel a ningún hombre. Los indios sienten actualmente un terror tan
grande, que ya no se resisten en masa; cada cual se apresura a huir por
separado, abandonando a mujeres e hijos.(...)Sin disputa, esas escenas son horribles,
¡pero cuánto mas horrible aún es el hecho cierto de que se da muerte a sangre
fría a todas las indias que parecen tener mas de veinte años! Y cuando yo, en
nombre de la humanidad protesté, se me replicó: "Sin embargo ¿que otra
cosa podemos hacer? ¡Tienen tantos hijos esas salvajes!"9
Se aseguró la tranquilidad para los campos y pueblos ya formados, y se
logró un relativo avance en el sudoeste de la provincia, pero los adelantos de
la frontera fueron mucho menos espectaculares que los logrados en la Conquista del Desierto emprendida muy posteriormente por el
general Julio Argentino Roca en 1879.
Lo más importante que logró Rosas fue poner de su lado al ejército, a los
estancieros y la opinión pública. Y el agradecimiento de las provincias de
Mendoza, San Luis, Córdoba y Santa Fe, que se vieron libres de saqueos
importantes por muchos años. Sin embargo, el único grupo de indios que no fue
totalmente dominado, los ranqueles, siguieron siendo vistos como un problema
para los habitantes de estas provincias.
El precio a pagar por la paz fue sostener a las tribus amigas con entregas
anuales de ganado, caballos, harina, tejidos y aguardiente. A partir de este
momento, las tribus cazadoras dependieron de las entregas de alimentos, y
fueron considerados por los bonaerenses como costosos parásitos del erario
público, olvidando que —desde el punto de vista de Rosas— los pagos eran un
precio a pagar por el uso de territorios que ellos consideraban suyos. Esta
actitud pacificadora, y el cumplimiento de los pactos celebrados, le ganaron a
Rosas el respeto de algunos de los jefes de los indios amigos. Cuando este
asumió por segunda vez la gobernación de la provincia, el cacique Catriel en Tapalqué declaró:
Juan Manuel es mi amigo. Nunca me ha engañado. Yo y todos mis indios
moriremos por él. Si no hubiera sido por Juan Manuel no viviríamos como vivimos
en fraternidad con los cristianos y entre ellos. Mientras viva Juan Manuel
todos seremos felices y pasaremos una vida tranquila al lado de nuestras
esposas e hijos. Todos los que están aquí pueden atestiguar que lo que Juan
Manuel nos ha dicho y aconsejado ha salido bien.10
Años después de la caída de Rosas, el mismo Catriel señalaba:
Nuestro hermano Juan Manuel indio rubio y gigante que vino al desierto
pasando a nado el Samborombón y el Salado y que jineteaba y boleaba como los
indios y se loncoteaba con los indios y que nos regaló vacas, yeguas, caña y
prendas de plata, mientras él fue Cacique General nunca los indios malones
invadimos, por la amistad que teníamos por Juan Manuel. Y cuando los cristianos
lo echaron y lo desterraron, invadimos todos juntos
Más tarde, el propio Rosas dirigió la redacción de una Gramática de la lengua pampa.
En esta campaña se destacaron algunos oficiales que formarían la siguiente
generación de militares porteños: Pedro Ramos, Ángel Pacheco, Domingo Sosa, Hilario Lagos, Mariano Maza,Jerónimo Costa, Pedro Castelli y Vicente González
Mientras Rosas estaba en su campamento del río Colorado, los desacuerdos
internos del partido federal iban en aumento. Una de las fracciones
era ideológicamente liberal, y deseaba la
organización constitucional; en sus filas militaban el gobernador Balcarce y
sus ministros Enrique Martínez y Félix Olazábal. Sus adversarios, leales a Rosas, los llamaban lomos negros, debido a que el
reverso de la lista en la cual se postulaban era de color negro. En el partido
de Rosas figuraban estancieros, militares y comerciantes minoristas.
El enfrentamiento se condujo principalmente en la prensa, dividida en dos
bandos, que se atacaban escandalosamente; el gobierno decidió procesar a varios
periódicos opositores y uno o dos oficialista. Entonces se puso en acción
Encarnación Ezcurra, esposa y consejera de Rosas, que reunía diariamente a sus
aliados en su casa, y organizaba las manifestaciones y agresiones contra los
opositores.
Cuando se anunció el juicio a los periódicos, uno de ellos era llamado
"El Restaurador de las Leyes". Encarnación hizo empapelar la ciudad
con la noticia de que iba a ser enjuiciado el Restaurador, lo que la gente
interpretó como un juicio al jefe del partido federal. Se produjo una gran
manifestación, y sus participantes se reunieron en las afueras de la ciudad; en
su ayuda vino el general Agustín de Pinedo, que puso a sitio a la ciudad, provocando unos días más tarde la renuncia
de Balcarce.
En su lugar fue nombrado el general Juan José Viamonte, y en los días siguientes abundaron las agresiones de los partidarios de
Rosas, organizados en la Sociedad Popular Restauradora, formada por las clases medias de la
ciudad y parte de los oficiales de origen humilde. Su brazo armado era la Mazorca, un grupo de agitadores
que atacaba las casas de los opositores a Rosas, causando desmanes y agresiones
físicas a quienes eran considerados opositores. Hubo unos pocos crímenes, pero
por el momento no tuvieron la extensión que tendría en el futuro.
Unos meses después llegaba Rosas de regreso a Buenos Aires, y Viamonte se
vio obligado a renunciar. En su lugar fue elegido Rosas, pero no aceptó porque
no se le concedían las facultades
extraordinarias. No se sentía capaz de gobernar —ni le interesaba hacerlo—
bajo las limitaciones de un estado de derecho.
Fue electo gobernador su amigo Manuel Vicente Maza, presidente de la legislatura.
Segundo gobiernoDelegación de la Suma del Poder Público sobre el gobernador bonaerense Juan Manuel de Rosas
Al estallar un conflicto que se había suscitado entre Salta y Tucumán,
Rosas logró que Manuel Vicente Maza enviara como mediador al general Facundo
Quiroga, que residía en Buenos Aires. En el trayecto, éste fue emboscado y
asesinado en Barranca Yaco, provincia de Córdoba,
el 16 de febrero de 1835 por Santos Pérez, un sicario vinculado a los hermanos Reynafé, que gobernaban Córdoba.
La muerte de Quiroga provocó un clima de inestabilidad y violencia, por lo
que Maza presentó su renuncia el 7 de marzo de ese año. La legislatura llamó a
Rosas para que se hiciera cargo del gobierno provincial. Rosas condicionó su
aceptación a que se le otorgase la "suma
del poder público", por la cual la representación y ejercicio de los
tres poderes del estado recaerían en el gobernador, sin necesidad de rendir
cuenta de su ejercicio. La legislatura aceptó esta imposición, dictando ese
mismo día la correspondiente ley.
La suma del poder público se le otorgó con el compromiso de:
1. Conservar,
defender y proteger la religión Católica Apostólica Romana.
2. Sostener
la causa nacional de la Federación.
3. El
ejercicio de la suma del poder público duraría "todo el tiempo que el
Gobernador considere necesario".
No disolvió la legislatura ni los tribunales; por el momento, la suma del
poder aparecía como la sanción legal del carácter excepcional que tenía su
mandato. La naturaleza dictatorial de esa institución política afloraría más
tarde, cuando Rosas hiciera uso de todo ese poder.
Por otro lado este asesinato le dio a Rosas la oportunidad única de no
compartir el mando del partido federal, que hasta entonces se había repartido
con Quiroga y López. Éste, en tanto que protector de los Reynafé, quedó muy
debilitado; y moriría a mediados de 1838. Incluso los caudillos con poder
propio cayeron en su órbita, como Juan Felipe Ibarra, de Santiago del Estero, y José Félix Aldao, de Mendoza.
Debido a que el país no contaba por entonces con una constitución propia —su caída sería, en 1853, condición necesaria para su sanción— los poderes de los que gozó Rosas en
su segundo mandato han sido superiores a los de un presidente de facto, ya que dentro de éstos
incluyó el de administrar justicia. Gran parte de la historiografía argentina sigue considerando a Rosas un dictador o un tirano, mientras que la corriente revisionistale niega tal carácter, considerándolo
un defensor de la soberanía nacional.
Antes de asumir como gobernador, el Restaurador exigió que se realizara un plebiscito que confirmara el apoyo popular a su
elección. El plebiscito se realizó entre los días 26 y 28 de marzo de 1835 y su
resultado fue 9.713 votos a favor y 7 en contra. Por esos tiempos la provincia
de Buenos Aires contaba con 60.000 habitantes, de los cuales no accedían al sufragio las mujeres ni los niños.
La Sala de Representantes nombró gobernador a Juan Manuel de Rosas el día
13 de abril de 1835 por el quinquenio que comprendía de 1835 a 1840.
El discurso que pronunció Rosas en el Fuerte, sede del gobierno
provincial, al momento de la asunción de su segundo mandato como gobernador
caracterizaría su posición frente a sus opositores:
¡Que de esa raza de monstruos no quede uno entre nosotros y que su
persecución sea tan tenaz y vigorosa que sirva de terror y de espanto a los
demás que puedan venir en adelante!12
Rosas asumió su nuevo gobierno con la suma del poder público que utilizó
para hostigar a sus disidentes fueran éstos federales o unitarios.
No se tiene aún noticia de ciudadano
alguno que no fuese a votar. Debo decirlo en obsequio de la verdad histórica,
nunca hubo un gobierno más popular, y deseado, ni más bien sostenido por la
opinión. Los unitarios que en nada habían tomado parte, lo recibían al menos
con indiferencia, los federales lomos
negros, con desdén, pero sin oposición; los ciudadanos pacíficos lo
esperaban como una bendición y un término a las crueles oscilaciones de dos
largos años; la campaña, en fin, como el símbolo de su poder y la humillacion
de los cajetillas de la CIUDAD
…Concibese como ha podido suceder que en una provincia de cuatrocientos
mil habitantes, según lo asegura la Gaceta,
sólo hubiese tres votos contrarios al gobierno? Seria acaso que los disidentes
no votaron. Nada de eso! No se tiene aún noticia de ciudadano alguno que no
fuese a votar; los enfermos se levantaron de la cama a ir a dar su
asentimiento, temerosos de que sus nombres fueran inscritos en algún negro
registro; porque así se había insinuado.
El terror estaba ya en la atmósfera, y aunque el trueno no había estallado
aún, todos veían la nube negra y torva que venía cubriendo el cielo." Domingo Faustino Sarmiento13
En este sentido, un retrato vívido de esa época ha sido el legado por la
pluma de Esteban Echeverría en El matadero, cuento precursor
del realismo rioplatense que transcurre en la provincia de Buenos Aires durante
los años '30. Desde la óptica opositora, Echeverría
describió las contiendas entre unitarios y federales, y las figuras del
caudillo Juan Manuel de Rosas y sus seguidores, atribuyendo a estos últimos
cualidades brutales y sanguinarias.
En cuanto asumió, Rosas ordenó la captura de Santos Pérez y los Reynafé, y
tras un juicio que tardó años, fueron condenados a muerte y ejecutados. El
juicio le dio a Rosas una autoridad nacional en un ámbito inesperado: su
provincia tenía un tribunal penal de autoridad nacional. Esa autoridad no era
legal pero era real, y aportó cierta unidad a la administración nacional.
Eliminó de todos los cargos públicos a sus opositores: expulsó a todos los
empleados públicos que no fueran federales "netos", y borró del
escalafón militar a los oficiales sospechosos de opositores, incluyendo a los
exiliados. A continuación hizo obligatorio el lema de "Federación o muerte",
que sería gradualmente reemplazado por "¡Mueran
los salvajes unitarios!", para encabezar todos los documentos
públicos; e impuso a los empleados públicos y militares el uso del cintillo punzó, que pronto
sería usado por todos.
Por oposición, más tarde los unitarios llevarían divisas celestes, lo que
tuvo un resultado inesperado: la bandera argentina era, hasta ese momento, de color azul y
blanco. Los ejércitos de Rosas la empezaron a usar con un color azul oscuro,
casi violeta; para diferenciarse, los unitarios la utilizaron de color celeste
y blanco.14
Para conseguir sus objetivos políticos Rosas contó también con el apoyo de
la Sociedad Popular Restauradora, con la cual en esa época se vinculaba
especialmente su esposa Encarnación, integrada por el grupo más leal de sus
partidarios. Y a través del cuerpo parapolicial de la Mazorca, que volvió a
actuar en la persecución de sus adversarios.
Una vez que logró consolidar su poder impuso los criterios federales y
formó alianzas con los líderes de las demás provincias argentinas, logrando el
control del comercio y de los asuntos exteriores de la Confederación.
La Ley de Aduanas
El gobernador de Corrientes, Pedro Ferré, realizó un enérgico
planteo reclamando medidas proteccionistas para los productos de origen local,
cuya producción se deterioraba debido a la política de libre comercio de Buenos Aires.
El 18 de diciembre de 1835, Rosas sancionó la Ley de Aduanas en respuesta
a ese planteo, que determinaba la prohibición de importar algunos productos y
el establecimiento de aranceles para otros casos. En cambio mantenía bajos los
impuestos de importación a las máquinas y los minerales que no se producían en
el país. Con esta medida buscaba ganarse la buena voluntad de las provincias,
sin ceder lo esencial, que eran las entradas de la Aduana. Estas medidas
impulsaron notablemente el mercado interno y la producción del interior del
país. Sin embargo, Buenos Aires continuó siendo la principal ciudad.
Se nacía de un impuesto básico de
importación del 17% y se iba aumentando para proteger a los productos más vulnerables.
Las importaciones vitales, como el acero, el latón, el carbón y las
herramientas agrícolas pagaban un impuesto del 5%. El azúcar, las bebidas y
productos alimenticios el 24%. El calzado, ropas, muebles, vinos, coñac,
licores, tabaco, aceite y algunos artículos de cuero el 35%. La cerveza, la
harina y las papas el 50%.
El efecto inesperado, pero que Rosas había considerado correctamente, era
que disminuyeron las importaciones, pero el crecimiento del mercado interno
compensó esa caída. De hecho, los impuestos por importación aumentaron
significativamente. Más tarde, bajo el efecto de los bloqueos, se redujeron
estas tasas de importación, pero nunca volvieron a ser tan bajas como en la
época de Rivadavia, ni tanto como serían después de su caída.
Simultáneamente pretendió obligar a Paraguay a incorporarse a la Confederación
Argentina ahogándola económicamente, para lo cual impuso una fuerte
contribución al tabaco y los cigarros. Como temía que entraran de contrabando
por Corrientes, esos impuestos alcanzaron también a los productos correntinos.
La medida contra el Paraguay fracasó, pero tendría graves consecuencias
respecto de Corrientes.
Su política económica fue decididamente conservadora: controló los gastos
al máximo, y mantuvo un equilibrio fiscal precario sin emisiones de moneda ni
endeudamiento. Tampoco pagó la deuda externa contraída en tiempos de Rivadavia,
salvo en pequeñas sumas durante los pocos años en que el Río de la Plata no
estuvo bloqueado. El papel moneda porteño mantuvo muy estable su valor y
circuló por todo el país, reemplazando a la moneda metálica boliviana, con lo
cual contribuyó a la unificación monetaria del país. El Banco Nacional fundado
por Rivadavia estaba controlado por comerciantes ingleses y había provocado una
grave crisis monetaria con continuas emisiones de papel moneda, continuamente
depreciado. En 1836, Rosas lo declaró desaparecido, y en
su lugar fundó el Banco de la Provincia de Buenos
Aires.n 1
Su administración era sumamente prolija, anotando y revisando
puntillosamente los gastos e ingresos públicos, y publicándolos casi
mensualmente. Incluso, cuando más tarde castigó a sus enemigos con embargos de
sus bienes —no realizó confiscaciones, a diferencia de lo que hizo Lavalle
antes que él, o Valentín Alsina y Pastor Obligado después— hizo que se les entregaran a
los parientes de los así castigados recibos detallados de todo lo embargado.
Entre los funcionarios separados de su cargo por orden del gobernador
estuvo el Decano del Superior Tribunal de Justicia, Miguel Mariano de Villegas, por no merecer la confianza del
gobierno.
La política
exterior
En el norte, las ambiciones del
dictador boliviano Andrés de Santa Cruz, que dominaba la recién fundada Confederación Perú-Boliviana y
quiso invadir Jujuy y Salta con el apoyo de algunos emigrados unitarios,
llevaron a una guerra entre esos países y Argentina. La
guerra estuvo a cargo del "protector" Heredia, gobernador de Tucumán. Éste era el último de los caudillos
federales que hizo alguna sombra a Rosas, pero el Restaurador logró
disciplinarlo por medio de la financiación de esta guerra.
A fines de 1838, con el asesinato de Heredia a manos de uno de sus
oficiales, se paralizaron las operaciones y desapareció su último competidor
federal; tal vez por eso mismo al año siguiente aparecieron enemigos internos
decididamente no federales.
Las relaciones con Brasil fueron muy malas, pero nunca se llegó a
la guerra, por lo menos hasta la crisis que desembocaría en la Batalla de Caseros. Nunca hubo problemas con Chile, aunque en ese país se refugiaban
muchos opositores, que llegaron a lanzar algunas expediciones desde allí contra
las provincias argentinas. El Paraguay proclamó su independencia y la anunció oficialmente a Rosas, que
respondió que no estaba en condiciones de reconocer ni desconocer esa
declaración. En la práctica, su pretensión era reincorporar la antigua
provincia del Paraguay a la Confederación, por lo cual mantuvo el bloqueo de
los ríos interiores, a fin de forzar al Paraguay a negociar. El Paraguay
respondio aliándose e los enemigos de Rosas, pero nunca hubo enfrentamiento
alguno entre ambos ejércitos ni escuadras.
En Uruguay, el nuevo presidente Manuel Oribe se libró de la tutoría de su antecesor Fructuoso Rivera.
Pero éste, con apoyo de unitarios de Montevideo (entre ellos Lavalle) y de los
imperialesbrasileños establecidos en Río Grande del Sur, formó el partido “colorado” (al que Oribe le opuso el partido "blanco") y se lanzó a la revolución
iniciándose la llamada Guerra Grande. A mediados de 1838
comenzó el sitio de parte de los colorados al gobierno, resguardado tras los
muros de Montevideo. Los colorados tuvieron
desde el primer momento el apoyo de la flota francesa y el protectorado
brasileño. Ante esto, Oribe renunció en octubre de 1838, dejando en claro que
lo había obligado una flota extranjera y se retiró a Buenos Aires.
El bloqueo
francés
Los peores problemas empezaron con Francia: la política exterior
francesa había permanecido en un perfil bajo por dos décadas, hasta que el rey Luis Felipe intentó recuperar para Francia su papel
de gran potencia, obligando a varios países débiles a hacerle concesiones
comerciales y, cuando era posible, reducirlos a protectorados o colonias. Ese
fue el caso de Argelia, por sólo citar un
ejemplo. Desde 1830, Francia buscaba aumentar su influencia en América Latina y,
especialmente, lograr la expansión de su comercio exterior. Consciente del
poder inglés, en 1838 el rey Luis Felipe exponía ante el parlamento que “solo con el apoyo de una poderosa marina
podrían abrirse nuevos mercados a los productos franceses…”.
Al ver que la Argentina no estaba organizada constitucionalmente, pensaron
que podían, al menos, obligarla a concesiones comerciales. En noviembre de 1837, el vicecónsul francés se presentó al
ministro de relaciones exteriores, Felipe Arana, exigiéndole la
liberación de dos presos de nacionalidad francesa, el grabador César Hipólito Bacle, acusado de espionaje a favor de Santa Cruz, y el
contrabandista Lavié. También reclamaba un acuerdo similar al que tenía la
Confederación Argentina con Inglaterra y la excepción del servicio militar para sus ciudadanos (que en ese momento
eran dos).
Arana rechazó las exigencias, y meses más tarde, en marzo de 1838 la armada francesa bloqueó “el puerto de Buenos
Aires y todo el litoral del río perteneciente a la República Argentina”. Y lo
extendió a las demás provincias litorales, para debilitar la alianza de Rosas
con ellas, ofreciendo levantar el bloqueo contra cada provincia que rompiera
con él.
También en octubre de 1838, la escuadra francesa atacó la isla Martín García, derrotando con sus cañones y su numerosa infantería a las fuerzas del
coronel Jerónimo Costa y del mayor Juan Bautista Thorne. Debido al desempeño honroso y valiente demostrados por los
argentinos, fueron conducidos a Buenos Aires y dejados en libertad, con una
nota del comandante francés Hipólito Daguenet, haciendo saber tal circunstancia
a Rosas, en los siguientes términos:
“... Encargado por el Señor Almirante Le Blanc,comandante en jefe de la
estación del Brasil, y de los mares del Sud, de apoderarme de la isla de Martín
García con las fuerzas puestas a mi disposición para tal objeto, desempeñé el
14 de este la misión que me había sido confiada. Ella me ha presentado la
oportunidad de apreciar los talentos militares del bravo coronel Costa,
gobernador de esa isla y de su animosa lealtad hacia su país. Esta opinión tan
francamente manifestada es también la de los capitanes de corbetas francesas la
"Expeditive" y la "Bordelaise", testigos de la increíble
actividad del señor coronel Costa, como de las acertadas disposiciones tomadas
por este oficial superior, para la defensa de la importante posición que estaba
encargado de conservar. Lleno de estimación por él he creído que no podría
darle una prueba mejor de los sentimientos que me ha inspirado, que
manifestando a V. E. su bizarra conducta durante el ataque dirigido contra él,
el 11 del corriente, por fuerzas muy superiores a las de su mando..."
El bloqueo afectó mucho la economía de la provincia, al cerrar las
posibilidades de exportar. Eso dejó muy descontentos a los ganaderos y a los
comerciantes, muchos de los cuales se pasaron silenciosamente a la oposición.
Sobre el reclamo particular de Francia, esto es, la eximición del servicio
de armas para sus súbditos, el gobierno de Buenos Aires retrasó la respuesta
por más de dos años. Rosas no se oponía a reconocer a los residentes franceses
en el Río de la Plata el derecho a un trato similar al que se daba a los
ingleses, pero sólo estuvo dispuesto a reconocerlo cuando Francia envió un
ministro plenipotenciario, con plenos poderes para la firma de un tratado. Eso
significaba un trato de igual a igual, y un reconocimiento de la Confederación
Argentina como un estado soberano.
La generación
del '37
En 1837 surgió un grupo de jóvenes
intelectuales que comenzó a reunirse en la librería de Marcos Sastre. Entre ellos se contaban
Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, José Mármol y Vicente Fidel López. Su pensamiento se identificaba con la clase política que había
protagonizado el proceso independentista hasta la organización unitaria de 1824 y adhería a las ideas del romanticismo europeo y la democracia liberal.
Este grupo logró cierta influencia a partir de dos instituciones: el Salón Literario, luego cerrado
por orden de Rosas, y La Joven
Argentina, sociedad secreta fundada por Echeverría en
1838.
Estos jóvenes, constituyentes de la segunda generación criolla, intentaron
ser una alternativa a federales y unitarios, propiciaron una organización
nacional mixta, la modificación de las costumbres sociales y la necesidad de
contar con una literatura nacional. Tanto sus ideas como sus acciones tendrían
gran influencia en la organización nacional y el proceso constitucional
posterior a la caída de Rosas. Por mucho tiempo fueron considerados próceres
civiles, pero posteriormente, los historiadores revisionistas les acusaron de considerar todo lo
europeo superior a lo americano o español, de querer trasplantar Europa a
América sin considerar a los americanos, y de traicionar repetidamente a su
propio país al aliarse a los enemigos extranjeros de su gobierno.
Se pronunciaron en contra de la política de Rosas respecto de las
potencias extranjeras —especialmente de Francia— y fueron perseguidos por la
Mazorca, brazo armado de la Sociedad Popular Restauradora. Si bien ninguno fue
asesinado, todos ellos terminaron por exiliarse. La gran mayoría pasó a
Montevideo. Otros, como Domingo Faustino Sarmiento, emigraron a Santiago de Chile. En
el exilio se confundieron con los opositores refugiados, los más antiguos de
los cuales eran los unitarios, a los que se habían sumado los lomos negros de la época de Balcarce; formarían un
grupo más o menos homogéneo, globalmente llamados "unitarios" por los partidarios de Rosas.
Palermo de San Benito
Mientras tanto, Rosas había avanzado en la compra de una gran cantidad de
terrenos y propiedades en la zona conocida como “bañado de Palermo”, en Buenos Aires. Aunque las fuentes arrojan diversas fechas, sería entre
1836 y 1838 que el Gobernador habría comenzado con su proyecto personal para construir su nueva
residencia y quinta en esta región alejada del centro porteño.
Durante los siguientes diez años, Rosas emprendió el ambicioso y costoso
proyecto, que incluía no sólo una imponente casona, la más grande de Buenos
Aires en aquel momento, sino un estanque artificial con un canal, varias
dependencias y el arbolado y parquizado de un área importante. Hacia
1848, se habría instalado
definitivamente en la estancia que él mismo bautizó “Palermo de San Benito” y también conocida como “San Benito de
Palermo”, nombre sobre el cual existen aún hoy diversas hipótesis que no
pudieron ser confirmadas.
La guerra civil
del '40
En junio de 1838 llegó a Buenos Aires el ministro de
gobierno santafesino Domingo Cullen, con la misión de
obtener un acercamiento entre Rosas y la flota francesa. Pero al parecer se
extralimitó en sus órdenes, y negoció con el jefe de la flota el levantamiento
de la misma para su provincia, a cambio de ayudar a Francia contra Rosas y
suprimir la delegación que su provincia había hecho de las relaciones
exteriores en la de Buenos Aires. Pero a mitad de la negociación murió el gobernador Estanislao López, por lo que
Cullen huyó a Santa Fe. Allí se hizo elegir gobernador, pero Rosas y el entrerriano Pascual Echagüe lo
desconocieron como tal, con la excusa de que era español. Fue depuesto y
reemplazado por Juan Pablo López, hermano de su antecesor.
Cullen huyó a Santiago del Estero y se refugió en casa del gobernador Ibarra,
desde donde logró organizar una invasión a la provincia de Córdoba por parte de los opositores al gobernador Manuel. Éstos
fueron derrotados, e Ibarra envió a Cullen preso a Buenos Aires. Al llegar al
límite de la provincia de Buenos Aires,
fue fusilado por el coronel Pedro Ramos en junio de 1839.
Cullen había enviado a su ministro Manuel Leiva a negociar con el gobernador correntino Genaro Berón de Astrada una alianza contra Rosas, que el
correntino aceptó. Pero ante la caída de Cullen, buscó apoyo en el uruguayo
Rivera, con quien firmó un tratado de alianza, que éste nunca cumplió. Y
declaró la guerra contra Buenos Aires y Entre Ríos. El gobernador Echagüe invadió
Corrientes y destrozó al ejército enemigo en la batalla de Pago Largo, donde Berón pagó la derrota con su vida.
En mayo, con apoyo y dinero porteño, Echagüe invadió Uruguay, con apoyo de gran
número de militares "blancos", dirigidos por Juan Antonio Lavalleja, Servando Gómez y Eugenio Garzón.
Llegó hasta muy cerca de Montevideo, pero fue derrotado en la batalla de Cagancha.
El gobierno francés no consiguió mucho con su bloqueo, por lo que decidió
financiar campañas militares contra Rosas, tanto pagando un fuerte subsidio al
gobierno de Rivera, como a los unitarios organizados en la Comisión Argentina, dirigida
por Valentín Alsina. Éstos buscaron un jefe
militar prestigioso para dirigir la revolución, y la elección cayó en Lavalle,
a quien Alberdi convenció de ponerse al frente de las tropas.
Al producirse el ataque de Echagüe a
Uruguay, Lavalle decidió
aprovechar para invadir Entre Ríos. Como no consiguió apoyo alguno en esa provincia
para su cruzada contra Rosas, se dirigió a Corrientes,
donde el gobernador Ferré lo puso al mando de su ejército.
Lo primero que hizo Ferré fue lanzar contra Santa Fe al fundador de la
autonomía provincial, Mariano Vera, pero éste fue
rápidamente derrotado y muerto.
La revolución de
los Libres del Sur
En la propia Buenos Aires se gestó un
movimiento contra Rosas, cuyo mando militar cayó en el coronel Ramón Maza, hijo del presidente de la
legislatura, Manuel Maza. Y en el sur de la provincia se organizó el grupo
llamado de los Libres del Sur,
formados por ganaderos que, alarmados por la caída de las exportaciones,
planificó una revolución que se extendió rápidamente. Contaban con el apoyo de
Lavalle, que debía desembarcar en la bahía de Samborombón.
Pero todo salió mal: no pudieron contar con el apoyo de Lavalle quien se
dirigió a Entre Ríos para invadirla,
privando a los revolucionarios de sus tropas. Asimismo el grupo de Maza fue
delatado: el ex amigo de Rosas fue asesinado en su despacho oficial y su hijo
-el propio jefe militar- fusilado por orden de Rosas en la cárcel. Los Libres del Sur, descubiertos,
se lanzaron a la insurrección pero apenas dos semanas más tarde fueron
derrotados por Prudencio Rosas, hermano del gobernador,
en la batalla de Chascomús. Los cabecillas murieron en la batalla, otros fueron
ejecutados o encarcelados y algunos debieron exiliarse.
La Coalición del
Norte
Desde la muerte de Heredia, los
unitarios del norte se habían ido organizando y empezaron a controlar los
gobiernos de Tucumán, Salta, Jujuy y Catamarca.
Rosas recordó que tenían en su poder el armamento enviado por él para la guerra contra Bolivia, y decidió mandar
un emisario para quitárselo antes de que se pronunciaran contra él. La elección
fue uno de los más serios y evidentes errores en toda la carrera del
Restaurador: el general Gregorio Aráoz de La Madrid, líder unitario tucumano de
la década anterior, que al llegar a Tucumán cambió de bando y se unió a los
rebeldes. Éstos se pronunciaron contra Rosas y formaron la Coalición del Norte, dirigida por el ministro tucumano Marco Avellaneda.
Intentaron extender la alianza seduciendo a los gobernadores Tomás Brizuela, de
La Rioja, e Ibarra, de Santiago del Estero. Ambos eran federales, pero al primero lo convencieron
dándole el mando militar supremo; Ibarra se negó.
A fines de 1840, Lamadrid invadió Córdoba, donde un
grupo de liberales derrocó a Manuel López. Incluso intentaron revoluciones en
San Luis y Mendoza, pero ambas fracasaron.
Campañas de
Lavalle
Lavalle invadió Entre Ríos y enfrentó a Echagüe en dos batallas indecisas.
Se refugió en la costa sur de la provincia y se embarcó en la flota francesa,
desembarcando en el norte de la provincia de Buenos Aires. Esquivó al general
Pacheco y se dirigió hacia Buenos Aires, estableciéndose en Merlo, y
allí esperó que la ciudad se pronunciara a su favor.
Rosas organizó su cuartel general en los Santos Lugares —actualmente San Andrés, Partido de General San Martín— el mismo cuartel que más tarde se
haría famoso por los prisioneros recluidos allí y por el fusilamiento de Camila O’Gorman. Le cerró el paso hacia la capital, mientras Pacheco lo rodeaba por el
norte. Mientras tanto, el ejército de Lavalle se desarmaba por las deserciones,
y la ciudad apoyó incondicionalmente a Rosas.
Entonces Lavalle retrocedió. Todos los unitarios lo criticaron mucho por
esa decisión, pero realmente no podía hacer otra cosa.
La retirada de Lavalle hizo que los franceses firmaran la paz con Rosas y levantaran
el bloqueo. Lavalle, sin apoyo naval,
ocupó Santa Fe, pero su ejército seguía disminuyendo.
Por su parte, Rosas lanzó en su persecución a Pacheco, y poco después puso a
Oribe al mando del ejército federal.
El terror
Cuando se supo que Lavalle huía, estalló el terror general en la ciudad:
decenas de personas fueron asesinadas, centenares de casas saqueadas y las
calles quedaron vacías. Los antiguos partidarios de los unitarios fueron
perseguidos, y también los que fueran sospechosos de serlo, por cualquier
razón. Los símbolos de los unitarios, y hasta los objetos de colores
identificados con los unitarios - celeste y verde - fueron destruidos. Las
casas, la ropa, los uniformes, todo lo que pudiera colorearse fue pintado de
color rojo.
Rosas no hizo nada para detener la masacre, y posiblemente no hubiera
podido controlarla. Sólo a fines de ese año, cuando estuvo seguro de que iba a
ser obedecido, anunció que a cualquiera que se lo descubriera violando una
casa, robando o asesinando sería pasado por las armas. La violencia se detuvo
ese mismo día.
El terror del año '40 fue la culminación del uso político de la violencia
por parte de Rosas y su partido. Algunos historiadores extienden la imagen de
esas semanas de violencia a todo su gobierno, mientras que otros sostienen que
no fue así. Hubo varios períodos en los que los opositores fueron perseguidos,
pero los crímenes de todos los días sólo ocurrieron a fines de 1840. De hecho,
Rosas usó más el terror como idea para presionar las conciencias que para
eliminar personas.
En 1842, Rosas se autoproclamó Tirano
ungido por Dios para salvar a la patria.
Final de la
guerra civil
Lavalle se retiró hacia la provincia de
Córdoba pero al entrar en ella fue derrotado en la batalla de Quebracho Herrado, lo que lo obligó a
retirarse a Tucumán. Allí se reunió y se separó nuevamente de Lamadrid, que
marchó a invadir Cuyo. El jefe de su vanguardia, Mariano Acha (el
que había entregado a Dorrego en manos de Lavalle), venció a José Félix Aldao en
la batalla de Angaco,
pero fue rápidamente derrotado batalla de La Chacarilla y
ejecutado al poco tiempo. Unas semanas más tarde, Lamadrid se hacía nombrar
gobernador de Mendoza, munido de las facultades extraordinarias tan criticadas, sólo para ser pronto
derrotado en Rodeo del Medio. Los sobrevivientes emigraron a Chile.
Lavalle esperó a Oribe en Tucumán, y
allí fue derrotado en la batalla de Famaillá, en septiembre de 1841. Su aliado Marco Avellaneda fue
ejecutado, y el mismo Lavalle murió en un tiroteo casual en San Salvador de Jujuy. Sus restos fueron llevados a Potosí, donde también se
refugiaron los últimos unitarios del norte.
Los antirrosistas, sin embargo, tuvieron un éxito inesperado en
Corrientes, donde el general Paz destrozó el ejército de Echagüe en Caaguazú. Desde allí invadió Entre Ríos (simultáneamente con Rivera) y se hizo
nombrar gobernador. Un conflicto con Ferré le obligó a huir, dejando sus
fuerzas en manos de Rivera.
Por esa época hizo algunas campañas navales el futuro héroe nacional italiano Giuseppe Garibaldi, que en los ríos argentinos y uruguayos asoló las poblaciones y caseríos;
y aunque el almirante Guillermo Brown resaltó la valentía del italiano, consideró la actuación de sus
subordinados pirática
En Santa Fe, Juan Pablo López se pasó
al bando contrario después de la derrota de la Coalición del Norte, de modo que Oribe regresó y
lo derrotó fácilmente en abril de 1842. Se refugió junto a Rivera, en el este de Entre Ríos, donde Oribe los
derrotó en Arroyo Grande, en diciembre de
1842.
Muchos de los prisioneros de estas batallas fueron ejecutados por orden de
Oribe o de Rosas. Al menos, por el momento, la guerra civil había terminado en
la Argentina.
La década final
La historiografía liberal decimonónica argentina, que tuvo a Bartolomé Mitre y a Vicente Fidel López como sus máximos exponentes y
difusores, suele atribuir grandes cambios y transformaciones a los años que
siguieron a la caída de Rosas, cuyo gobierno habría sido un largo período de
estancamiento, imagen derivada más bien de posturas ideológicas que de un
examen atento de los hechos.
La Ley de Aduanas de 1836 tuvo una aplicación variable, y se derogó y
volvió a aplicar según las necesidades y los bloqueos. La combinación de ambos
procesos llevó a un gran crecimiento económico en las provincias interiores,
siendo el caso de Entre Ríos muy claro, pero no exclusivo.
Si bien hubo una fuerte inmigración europea, sus características fueron
completamente distintas de la masiva inmigración posterior a su caída. Llegaron
inmigrantes de Irlanda, Galicia, el País Vasco e incluso de Inglaterra. Pero no se afincaron en
colonias agrícolas sino que debieron integrarse en una sociedad controlada por
los criollos. Muchos irlandeses y vascos se dedicaron a la cría de ganado
ovino, y en pocos años lograron convertirse en propietarios. La ganadería
exclusivamente vacuna fue reemplazada por otra, dominada por las ovejas, y en
la cual el principal renglón de las exportaciones fue, cada vez más, la lana.
Eso llevó a aumentar la dependencia económica respecto de Inglaterra, principal
compradora de lana del mundo.
La sociedad argentina quedó libre de toda disidencia. Quienes no se
unieron al partido gobernante debieron emigrar o, en muchos casos, fueron
muertos. En el interior del país, la adhesión automática a Rosas fue impuesta
por los ejércitos porteños o por los caudillos locales. Muchos de estos habían
surgido como emanaciones de la voluntad de Rosas, como Nazario Benavídez en San Juan, Mariano Iturbe en Jujuy o Pablo Luceroen San Luis.
Incluso fue obra de Rosas la llegada al poder de Justo José de Urquiza en Entre Ríos, pero era un caso
distinto: éste era el general más capaz del bando federal, sólo comparable a
Pacheco. Después de Arroyo Grande, los triunfos más importantes los había
obtenido él, con tropas entrerrianas y algunos refuerzos porteños. En segundo
lugar, era un hombre muy rico, y aprovechó su situación de poder para
enriquecerse aún más. Por último, por su posición militar, Rosas se vio
obligado a hacer la vista gorda cuando el entrerriano permitía el contrabando
desde y hacia Montevideo.
Política
religiosa
Las relaciones con la Iglesia Católica fueron bastante complicadas: Rosas
era un católico ferviente, pero siempre reclamó la continuidad del Patronato de Indias sobre la Iglesia en la Argentina.
Recibió a los jesuitas en 1836 y les devolvió algunos de sus bienes.
Pero como éstos se declararan fieles al Papado en relación al patronato y se negaran a
apoyar públicamente a Rosas en su iglesia, pocos años más tarde se enfrentaron
al gobernador y hacia 1840 estaban enfrentados al Restaurador y terminaron exiliándose en Montevideo.
En todas las otras iglesias, los curas apoyaron públicamente a Rosas,
celebraron misas en agradecimiento a sus éxitos y en desagravio a sus fracasos;
los santos llevaban insignias de color punzó y el retrato de Rosas figuraba entre los altares a los
santos.
Rosas toleró al obispo Mariano Medrano, electo durante el
gobierno de Viamonte, pero no habría aceptado ningún otro que no contara con su
aprobación. Esto es, se consideraba continuador del patronato eclesiástico que
habían tenido los reyes de España.
Uno de los hechos más famosos de su gobierno fue la aventura de amor de Camila O’Gorman y el cura Ladislao Gutiérrez, que se escaparon juntos para formar una familia. Azuzado por la prensa
unitaria desde Montevideo y Chile, por los propios federales, e incluso
por el padre de la joven, el gobernador ordenó inesperadamente fusilarlos, lo
que se cumplió en el campamento de Santos
Lugares.
El sitio de
Montevideo y una nueva rebelión correntina
Después de la victoria de Arroyo
Grande, Oribe todavía tenía una cuenta que
saldar: atacó a Rivera en el Uruguay, y se instaló frente a Montevideo, a la
que le puso sitio con el apoyo de varios regimientos
argentinos. Apoyado por Francia, Inglaterra y posteriormente Brasil, y
defendido por refugiados argentinos y mercenarios europeos, Rivera logró que la
ciudad resistiera hasta 1851. La flota porteña del almirante Guillermo Brown estableció
el bloqueo del puerto, lo que hubiera significado la inmediata caída de la
ciudad pero la escuadra anglo-francesa al mando del Comodoro Purvis, logró
alejar a las embarcaciones de Buenos Aires y mantener así una vía abierta para
abastecer a la población.
Rivera fue expulsado de la ciudad, pero Oribe nunca logró capturarla.
Durante todo ese tiempo, las mejores tropas de Buenos Aires quedaron
inmovilizadas en el Uruguay. En la historia uruguaya, este período es conocido
como la Guerra Grande.
Corrientes se volvió a alzar contra Rosas en 1843, bajo el mando de los hermanos Joaquín y Juan Madariaga, pero no lograron
exportar su rebelión a las demás provincias.21
Tras más de cuatro años de resistencia, el nuevo gobernador entrerriano
Justo José de Urquiza los venció en dos batallas, en Laguna Limpia y en Rincón de Vences. A fines de 1847, la Argentina quedó uniformemente alineada detrás de Rosas.
El bloqueo
anglo-francés
El gobierno de Rosas había prohibido la navegación por los ríos interiores
a fin de reforzar la Aduana de Buenos Aires, único punto por el que se
comerciaba con el exterior. Durante largo tiempo, Inglaterra había reclamado la
libre navegación por los ríos Paraná y Uruguay para poder vender sus productos. En
cierta medida, esto hubiera provocado la destrucción de la pequeña producción
local, pero la única provincia beneficiada por esa política fue la de Buenos
Aires, ya que se prohibía comerciar por los puertos fluviales.
Debido a esta disputa, el 18 de septiembre de 1845 las flotas inglesas y francesas
bloquearon el puerto de Buenos Aires e impidieron que la flota porteña apoyara
a Oribe en Montevideo. De hecho, la escuadra del almirante Guillermo Brown fue
capturada por la flota británica.
La flota combinada avanzó por el río Paraná, intentando entrar en contacto
con el gobierno rebelde de Corrientes y
con Paraguay, cuyo nuevo presidente, Carlos Antonio López, pretendía abrir en algo el régimen cerrado heredado del doctor Francia.
Lograron vencer la fuerte defensa que hicieron las tropas de Rosas, dirigidas
por su cuñado Lucio Norberto Mansilla en
la batalla de Vuelta de Obligado pero
meses más tarde fueron derrotados en la batalla de Quebracho. Esas batallas hicieron demasiado costoso el triunfo, por lo que no se
volvió a intentar semejante aventura.
Al saber las noticias sobre la defensa de la soberanía argentina en el
Plata, el general José de San Martín, que vivía en Francia, escribió: “... Sobre todo, tiene
para mí el general Rosas que ha sabido defender con toda energía y en toda
ocasión el pabellón nacional. Por esto, después del combate de Obligado,
tentado estuve de mandarle la espada con que contribuí a defender la
independencia americana, por aquel acto de entereza, en el cual, con cuatro
cañones, hizo conocer a la escuadra anglo francesa, que pocos o muchos, sin
contar los elementos, los argentinos saben siempre defender su independencia.” Ernesto Quesada, La época de Rosas. Ediciones Del Restaurador, Buenos Aires,
1950.
Ya en su testamento redactado el 23 de enero de 1844 —un poco más de un año y medio antes de
Obligado— ya había legado su sable corvo, la espada más preciada que tenía, la
que había usado en Chaca buco y Maipú, al
gobernador Rosas, el que la recibirá después del fallecimiento del libertador.
"El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia
de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina
don Juan Manuel de Rosas como una prueba de la satisfacción que, como
argentino, he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la
República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de
humillarla.
Gran Bretaña levantó el bloqueo en 1847, aunque recién en 1849, con el tratado Arana-Southern, se concluyó definitivamente este
conflicto. Francia tardó un año más, hasta la firma del tratado Arana-Lepredour. Estos tratados reconocían
la navegación del río Paraná como una
navegación interna de la Confederación Argentina y sujeta solamente a sus leyes
y reglamentos, lo mismo que la del río Uruguay en común con el Estado Oriental.
La caída
Batalla de Caseros
Después de la retirada de Francia y Gran Bretaña,
Montevideo sólo dependía del Imperio del Brasil para
sostenerse. Éste, que era garante de la independencia de Uruguay, había abusado de esa condición en
provecho propio. Rosas consideró inevitable una guerra con Brasil, y pretendió
aprovecharla para reconquistar las Misiones Orientales. Declaró la guerra al Imperio y nombró comandante de su ejército a Justo
José de Urquiza.
Varios personajes del partido federal acusaron a Rosas de lanzarse a esta
nueva aventura sólo para eternizar la situación de guerra que éste usaba como
excusa para no convocar una convención constituyente.
Los más inteligentes de sus opositores se convencieron de que no se podía
vencer a Rosas sólo con los unitarios. El general Paz, por ejemplo, creía que
alguno de sus caudillos subalternos era quien lo iba a derribar; y pensó en
Urquiza.
Urquiza no sentía ningún anhelo de libertad diferente del de Rosas, aunque
su estilo era distinto en varios aspectos. Pero a fines del año 1850, Rosas le ordenó que cortara el contrabando desde y hacia Montevideo, que
había beneficiado enormemente a Entre Ríos en los años anteriores.n6 Afectado económicamente, ya que el paso
obligado por la Aduana de Buenos Aires para comerciar con el exterior era un
problema económico de magnitud para su provincia, Urquiza se preparó a
enfrentar a Rosas.
Pero no pretendió derrotar a un enemigo tan poderoso a la manera de los
unitarios, lanzándose a la aventura; tras varios meses de negociaciones, acordó
una alianza secreta con Corrientes y con el Brasil. El gobierno imperial se
comprometió a financiar sus campañas y transportar sus tropas en sus buques,
además de entregar enormes sumas de dinero al propio Urquiza para su uso
personal, podemos creer que destinado a fines políticos.
El 1º de mayo de 1851, lanzó su Pronunciamiento, por el que reasumió la conducción de las relaciones exteriores
de su provincia, aceptando inesperadamente la renuncia que todos los años Rosas
hacía de las mismas.
Urquiza tampoco se lanzó directamente sobre su enemigo, sino que primero
atacó a Oribe en Uruguay. Lo obligó a capitular con él y entregar el gobierno a
una alianza de los disidentes de su partido con los colorados de Montevideo. A continuación se apoderó del armamento argentino que
formaba parte de las fuerzas de Oribe… y de sus soldados, que fueron
incorporados al Ejército Grande de
Urquiza como si fueran ganados.
Sólo entonces, Urquiza se trasladó a Santa Fe, derrocó allí a Echagüe y
atacó a Rosas. Tras la defección de Pacheco, Rosas asumió el comando de su ejército
al frente del cual fue derrotado en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852.
Tras la derrota, Rosas abandonó el campo de batalla — acompañado sólo por un ayudante — y
firmó su renuncia en el "Hueco de los sauces" (actual Plaza Garay de
la ciudad de Buenos Aires):
" Creo haber llenado mi deber con mis conciudadanos y compañeros. Si
más no hemos hecho en el sostén de nuestra independencia, nuestra identidad, y
de nuestro honor, es porque más no hemos podido."
Muchos años más tarde, Urquiza declararía, en una correspondencia
particular:
"Toda mi vida me atormentará constantemente el recuerdo del inaudito
crimen que cometí al cooperar, en el modo en que lo hice, a la caída del
General Rosas. Temo siempre ser medido con la misma vara y muerto con el mismo
cuchillo, por los mismos que por mis esfuerzos y gravísimos errores, he
colocado en el poder.
Exilio y muerte
Casa de Rosas en San Benito de Palermo, actual Parque 3 de Febrero. Terminada hacia 1848, sería abandonada con su exilio y demolida en 1899.
Tumba de Rosas en el Cementerio de la Recoleta.
Rosas se refugió en el consulado británico, la tarde del día siguiente,
protegido por el cónsul británico Robert Gore, partió hacia Inglaterra
en el buque de guerra británico Conflict.
Se instaló en las afueras de Southampton. Allí
vivió en una granja obsequiada por el gobierno inglés, donde intentó reproducir
algunas de las características de una estancia de la pampa. Fue otra de las
tantas contradicciones de su vida, al buscar refugio en un país con el que
estuvo repetidamente en conflicto.
En su exilio recibió muy pocas visitas, pero escribió un buen número de
cartas a quienes habían sido sus amigos. En general, trataban de su situación
económica, de testimonios sobre su propia vida y en algunos casos tocaba temas
de política actual.
Complicando aún más su propia imagen, ya bastante controvertida, escribió
a Mitre que lo que le convenía a Buenos Aires era separarse del resto del país
y establecerse como una nación independiente. Nunca
aprendió a hablar inglés ni ningún otro idioma
Murió en el exilio el 14 de marzo de 1877, acompañado por su hija Manuelita, en
su finca de Southampton, Inglaterra.
Cuando la noticia de su muerte llegó a Buenos Aires, el gobierno prohibió
hacer ningún funeral ni misa en favor de su alma, y organizó un inusual
responso por las víctimas de su "tiranía".
Memorial en Southampton en el Old Cemetery (Cementerio
antiguo).
Sus restos fueron repatriados a la Argentina el 1 de octubre de 1989 y reposan actualmente en el panteón
familiar del Cementerio de la Recoleta en la Ciudad de Buenos Aires.
La casona de Rosas “San Benito de Palermo” quedó abandonada con su exilio,
y sería una ruina durante la siguiente década. Luego sería utilizada por el
Gobierno Nacional con varios fines: Colegio Militar, Escuela Naval, etc.,24 mientras el presidente Domingo Faustino
Sarmiento impulsó la transformación de los terrenos de estancia en un espacio
público, el Parque 3 de Febrero (llamado en honor a la batalla de
Caseros). El edificio seguiría en pie hasta el 3 de febrero de 1899, cuando el
Intendente Adolfo Bullrich ejecutara su implosión, con muy poca
oposición social.
Después de Rosas
Después de la caída de Rosas, Urquiza se apresuró a reunir el Congreso Constituyente de Santa
Fe, que sancionó la Constitución Argentina de 1853, del 1° de mayo de ese año. Y al año
siguiente asumió como presidente de la Argentina. Pero la provincia de
Buenos Aires, dominada por los unitarios (y muchos antiguos colaboradores de
Rosas) se negó a participar en esa Constitución y se separó del país.
Este fracaso, y las largas guerras civiles que siguieron, por lo menos
hasta 1880 (en las cuales participaron miembros
del partido federal hasta 1873), justificaron el descreimiento de
Rosas en la esperada acción pacificadora y modernizadora de la constitución que
había combatido.
Tampoco hubo un cambio significativo en las costumbres políticas ya que
los gobernantes que lo sucedieron, que se habían opuesto a su régimen
quejándose de las persecuciones sufridas, hostigaron con extrema crueldad a sus
opositores, a quienes negaron los derechos más elementales, ejecutando a muchos
de ellos con la excusa de que no eran partidarios en armas, sino simples
bandidos.
Los críticos más emblemáticos de Rosas y su gobierno fueron políticos de
ideología liberal como Alberdi (aunque este luego cambiaría en parte su
opinión), Mitre y Sarmiento. Éstos habían debido emigrar en ese período hacia
otros países, como Uruguay y Chile. Tras la batalla de Caseros, todos ellos
regresaron juntamente con los cientos de exiliados a causa del rosismo. El
pensamiento de Alberdi y su obra Bases
y puntos de partida para la organización política de la República Argentina,
conjuntamente con el modelo estadounidense, y las constituciones
argentinas anteriores fueron la génesis de la nueva Constitución Nacional.
Los restos de Rosas recién fueron repatriados en el año 1989 y poco después se construyó su primer
monumento en Buenos Aires, en la Plaza Intendente Seeber, en Palermo.
Algunos pueblos de la Argentina (e incluso una avenida de San Carlos de Bariloche) recuerdan al Restaurador, pero en la ciudad de Buenos
Aires no existe ninguna calle con su nombre, ni tampoco hay pueblo alguno que
lo lleve. En la localidad de Morón (Buenos Aires) existe la calle Ortiz de Rosas, cercana
al Cementerio de Morón, y también, la avenida Brigadier General Juan Manuel de
Rosas, siendo la avenida donde se encuentra ubicado el único shopping de la
zona. Actualmente, el Estado Argentino manifiesta el reconocimiento a la figura
de Rosas incluyendo su imagen en los billetes de 20 pesos de curso legal.
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lunes, 5 de noviembre de 2012
Rosas y la Vuelta de Obligado
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